Farmer intenta provocar al lector desfigurando algunas de las más sagradas imágenes de la sociedad americana, como su capital, convertida en un santuario dedicada a celebrar extraños ritos de fertilidad, o el juego del béisbol, que se ha convertido en algo sanguinario y cruel, con una bola con pinchos y donde está permitido golpear con el bate a los jugadores contrarios, aderezándolo todo con escenas de sexo, aunque no llega a ser explicito como en algunas novelas posteriores, pero lo único que consigue es aburrir a un lector que se pierde en una historia absurda que avanza a salto de mata sin un rumbo fijo hasta un final en el que Farmer se saca de la manga una máquina que le permite rematar la novela.
14 de julio de 2005
Memorias de lecturas (47)
Farmer intenta provocar al lector desfigurando algunas de las más sagradas imágenes de la sociedad americana, como su capital, convertida en un santuario dedicada a celebrar extraños ritos de fertilidad, o el juego del béisbol, que se ha convertido en algo sanguinario y cruel, con una bola con pinchos y donde está permitido golpear con el bate a los jugadores contrarios, aderezándolo todo con escenas de sexo, aunque no llega a ser explicito como en algunas novelas posteriores, pero lo único que consigue es aburrir a un lector que se pierde en una historia absurda que avanza a salto de mata sin un rumbo fijo hasta un final en el que Farmer se saca de la manga una máquina que le permite rematar la novela.
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