21 de septiembre de 2005

Memorias de lecturas (57)

Estamos ante uno de esos libros que padecen ese mal tan habitual en nuestros días que es el del exceso de páginas. Lo que arranca de una forma sobresaliente y atrapa al lector en la historia de esos inmortales que recorren los siglos de la historia, acaba convirtiéndose en un desesperar por que ese recorrido llegue a su fin pues el libro esta sobrecargado de situaciones y episodios que no aportan nada a la trama y que solo hacen decaer el interés del lector.

Por que la historia de esos personajes extremadamente longevos y resistentes a las enfermedades que viven entre nosotros manteniendo oculta su condición por miedo a la reacción de la gente común que sin duda lo achacaría a la magia o a pactos diabólicos de alguna clase es a ratos fascinante, sobre todo en la descripción de algunas de las culturas en las que viven los personajes y a ratos pesada, aunque el hilo conductor que supone el descubrir el destino de estos personajes sirve para mantener el interés de la obra hasta llegar a un final frío y sin gracia que deja un mal sabor de boca.

La historia esta contada en capítulos cortos, cada uno ambientado en una época distinta de la historia de la humanidad, en la que poco a poco vamos reconociendo a los mismos personajes, y que van uniéndose o separándose según los avatares de la historia. La novela termina con un largo capitulo ambientado en un futuro en el que los inmortales incapaces de adaptarse a una sociedad que ha cambiado mucho, marchan a las estrellas en busca de nuevos horizontes.

Aun así esta no es una lectura desdeñable, Anderson es un buen escritor, con oficio, y proporciona muy buenos momentos, y las reflexiones sobre el futuro de la humanidad son de un gran nivel, lo que ocurre es que a uno le fastidia que novelas como estas, que con un buen cepillado podrían haberse convertido en clásicos, se echen a perder por la manía de publica libros cuanto más gruesos mejor.

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